En ocasiones, la terminología empleada para definir conceptos lingüísticos no parece ser todo lo adecuada que pudiera parecer o, al menos, no está exenta de cierta controversia. Me explico.
Cuando se alude a la influencia entre lenguas en continuo contacto se define, dentro de la propia disciplina, como ‘contaminación lingüística’. Se establece así una relación que a priori puede parecer nociva entre las lenguas en contacto incluso para quienes no tienen por costumbre leer sobre contacto entre lenguas, sobre cómo se relacionan en el entorno que comparten o sus consecuencias. Es a partir de esta influencia generada entre lenguas -dos o más- de la que surgen otros conceptos lingüísticos que quizás sí puedan sonar algo más familiares como ‘diglosia’ o ‘discriminación entre lenguas’.
De hecho, si como lectores curiosos que somos nos acercamos al DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) como ya hemos hecho en anteriores ocasiones, veremos que las acepciones para el verbo ‘contaminar’, del que proviene el sustantivo ‘contaminación’, se ordenan de la siguiente manera:
- tr. Alterar nocivamente la pureza o las condiciones normales de una cosa o un medio por agentes químicos o físicos. -nada de lingüística por aquí-
- tr. Contagiar o infectar a alguien. -nada de lingüística por acá-
- tr. Alterar la forma de un vocablo o texto por la influencia de otro. – ¡Ojo!
- tr. Pervertir, corromper la fe o las costumbres. -nada de lingüística por aquí-
- tr. Profanar o quebrantar la ley de Dios. -y nada de lingüística por acá-
Por lo que parece, el DRAE no recoge ningún tipo de alteración nociva del lenguaje, a pesar de que así sea en cuanto a vocablos o textos como se puede apreciar en la tercera acepción del término. En no precisamente pocas palabras, la contaminación se entiende por todas sus acepciones como algo nocivo, contagioso, infeccioso o perverso en diversos ámbitos. En menos: la contaminación es mala.
No es este un caso puntual o aislado, pues en lo referido al aprendizaje de lenguas en una localización determinada, sean estas (co)oficiales u obligatorias en el sistema educativo español de esos emplazamientos ocurre algo parecido con el término ‘inmersión’.
El buscador de internet de las gafas dice que «La inmersión lingüística o educativa es la exposición intensiva a una segunda lengua, viviendo en una comunidad que la hable de forma habitual, para aprenderla más rápidamente y lograr así el bilingüismo de los aprendices.»
Una definición que probablemente se acerque a la noción que tenga cualquier persona del significado de una inmersión sin realmente importar los conocimientos que posea en materia lingüística o educativa, pero que poco tiene que ver con la realidad sociolingüística de les Illes Balears, donde el bajo porcentaje de catalanohablantes respecto a la lengua oficial de todo Estado precisa de la ayuda de las instituciones públicas locales para que su uso sea vehicular en las administraciones y se favorezca fuera de ellas; de organizaciones que la fomenten socialmente, e incluso de hablantes para ya no sólo su posicionamiento y acercamiento a los usuarios de plataformas o redes sociales, que también, sino únicamente para su preservación.
Las medidas tomadas por los distintos partidos políticos que han gobernado en Baleares en la última década en lo referente al contacto entre las lenguas castellana, catalana e inglesa, sobre todo en la educación, han generado un clima de crispación lingüística y educativa, politizada y no politizada, con las que han logrado que al circo político balear le crezcan un ingente número de enanos de distinto signo.
Ya pasó en 2013, cuando miles de personas del ámbito educativo y externos a él ocuparon las calles de la capital balear por la implantación del TIL (Tratamiento Integral de Lenguas) propuesto por el, por aquel entonces, gobierno popular, y está pasando actualmente con los mecanismos de conservación, fomento y promoción de la lengua catalana del actual Govern socialista y de partidos alineados con él en materia de política lingüística.
Y es que la lengua catalana, estándar de los dialectos de les Illes Balears, no solamente lidia ahora con el uso extendido y mayoritario del castellano o el aprendizaje del inglés, el alemán u otras lenguas extranjeras de carácter pragmático en las aulas, sino que también se ve obligada a hacerlo frente a quienes defienden la diferenciación, el uso y el estudio de las diferentes variantes dialectales insulares que las ocupan. Unos dialectos que forman parte de una misma familia lingüística y que indefectiblemente la enriquecen.
La defensa y enaltecimiento de esos dialectos con un discurso de rebeldía ante una ficticia subordinación al estándar fácilmente aceptado entre quienes carecen de conciencia lingüística, sentimiento de pertenencia, escaso arraigo, o animadversión hacia la variante estandarizada, lleva consigo una fragmentación que ya se apoyó públicamente desde un sector del ámbito político nacional no hace demasiado tiempo, y presume de ser uno de los mayores y más usados argumentos de los partidos políticos insulares que ocupan hoy el grueso de la oposición al Govern, y de cenas entre familiares y amigos.
No escasean en estos días manifestaciones públicas en torno a esta problemática lingüística en las que se muestran casos de persecución lingüística o ataques personales contra personajes públicos de una marcada conciencia dialectal que se han viralizado con una pasmosa facilidad.
Poco o nada sé sobre política, y menos sobre inmersiones, pero en aguas tan turbulentas no creo que se pueda bucear. Y dudo que pueda hacerse bien hasta que amaine el temporal.